NI VIVO, NI MUERTO
Como ya era casi media noche, no podían ir a entrevistar a ninguno de sus sospechosos. Sin embargo, habían preparado la lista de personas que buscarían en la mañana. Me sorprendió que mi jefe estuviese entre ellos. Aquel hombre no podría ayudarlos, no sabia ni mi nombre correctamente. Sentado en aquel feo sofá café, permanecí absorto, escuchándolos hablar y mirando el reloj de péndulo de la pared frente a mí. No me di cuenta de que me había quedado dormido; curiosamente, aunque no necesitaba comer, cada tanto necesitaba descansar. No supe cuando dejó Valentina aquella oficina y tampoco cuando se recostó el investigador. Estaba demasiado ocupado soñando.
Era un niño, pensé que tal vez, estaba próximo a regresar. Aquel niño permanecía sentado en una banca en la acera esperando, cada tanto miraba un reloj de péndulo que colgaba en la pared de una vieja librería frente a él. Miraba a los lados y luego solo esperaba. Hasta que a las 10:10 apareció una mujer de traje azul, que llegaba desde su derecha y le abrazaba con cariño y entusiasmo. Él se aferraba a su cuello con fuerza y después de que ella lo levantara en sus brazos, sin dejar de abrazarla, el pequeño se despedía de un hombre joven que se encontraba dentro de aquella librería. Varios días en aquel sueño se repitió la misma historia. Aquella mujer, cada fin de semana lo visitaba.
Sin embargo, un día ella no se presentó. El reloj de la librería marcaba como de costumbre 10:10 de la mañana. Era sábado el día indicado. Pero ella no llegó ¿Donde estaba aquella mujer siempre puntual? ¿Donde se había metido aquella madre amorosa? En vano esperó, hasta que el hombre de la tienda le pidió que entrara. La llamaron muchas veces, pero no contestó su teléfono. Tampoco se presentó el domingo y ni siquiera una llamada. El niño miraba el reloj a la misma hora todos los días 10:10 de la mañana, pero ella ya no doblaba en la esquina. Un día un investigador llegó a la librería a esa misma hora. Ese día el niño supo lo que había sucedido con su madre. Una mujer a quien consideraba su amiga, había tenido una discusión con ella y la había asesinado.
Aquel monstruo había logrado escapar, pero el investigador le prometió que la atraparían. Antes de que el pequeño pudiera decir algo, las siete campanadas del reloj de la oficina me despertaron. El mismo reloj de la librería. Aquel investigador se había acostado en el sofá café cruzando, mi cuerpo sentado. Miré con algo de asombro, a ese mismo niño, ahora hecho un hombre.
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